La exposición La trama de la vida. La biología y el asombro de estar vivos, que se presentó en la vigésimoprimera edición de EncuentroMadrid, pretende aportar una mirada agradecida y llena de asombro sobre los actuales desarrollos de las ciencias biológicas. La idea inicial se fraguó en torno a la expresión italiana Essere viventi, que significa a la vez «seres vivos» -el objeto de estudio de la biología- y «estar vivos» -hacer la experiencia de estar en la vida, de participar de ella. O, si se quiere, y usando una cita encontrada por casualidad en un libro de ciencia ficción por una de la personas del equipo de trabajo, caer en la cuenta de hasta qué punto “el mero hecho de estar vivo es, en sí mismo, una maravilla. Si no se entiende eso, ¿cómo puede uno estar en condiciones de hallar verdades más profundas?”.

El punto de partida de la exposición es el genuino interés del ser humano por los “otros” vivientes, atestiguado por las pinturas rupestres. Ahí se toca, a la vez que la exigencia de belleza y de significado que son propias de nuestra naturaleza, el atractivo que tienen para nosotros los animales, precisamente por ser a la vez tan distintos -porque somos incapaces de imaginar cómo pueda ser “su” mundo- y tan semejantes -porque comparten con nosotros el hecho de estar vivos. A continuación se propone un recorrido con cuatro partes: un proceso de incesante autoconstrucción, sobre la química de la vida y su base molecular, que va asociada a un fenómeno semiótico, de información que se copia y que transmite su significado mediante un código; organismo y mundo, sobre ecología e interdependencia, para dejar claro que la vida no puede darse sin relación; vida en evolución, sobre la portentosa historia de la vida en la Tierra; y la vida maravillosa, que subraya la unidad, diversidad y funcionalidad que han sido y siguen siendo las señas de identidad de esa historia.

Así, a lo largo del recorrido se revisa con una aproximación divulgativa el estado actual del conocimiento en relación a aspectos tan distintos como la biodiversidad que puebla la Tierra (en palabras de Darwin, la “infinidad de formas cada vez más bellas y asombrosas”); el enigma de la explosión de vida que tuvo lugar en el Cámbrico, un hecho sin precedentes que no ha vuelto a repetirse desde entonces; el funcionamiento de los relativamente pocos genes que actúan como arquitectos -pero no como constructores- de nuestros cuerpos; la epigenética y el papel del ambiente no solo seleccionando sino también dando forma a nuestros cuerpos; o la contingencia histórica y su relación con la libertad creativa que distingue a la evolución biológica de la evolución cósmica de estrellas y planetas. Terminamos nuestro viaje reconociendo que los progresos de la biología no han hecho sino potenciar el asombro que debieron experimentar nuestros antepasados paleolíticos que dejaron su impronta en las paredes de sus refugios. En efecto: los avances de la actual biología, inimaginables hace unas pocas décadas, nos ayudan a comprender, como termina diciendo la exposición, cuán profundo es el misterio de la vida y asombrosa la “construcción” total de la que somos a la vez sujetos y testigos. A impulsar y sostener este sentido del asombro se dedica la conclusión de la exposición. Una mirada atenta sobre las secciones anteriores pone de manifiesto que nuestra existencia, y la de todas las criaturas que comparten con nosotros el privilegio de “ser vivientes”, es precaria, está siempre expuesta: para mantenerse, la vida paga el precio de una fragilidad esencial. Existimos, pero podríamos no existir. Somos el increíble resultado de una entre miles de trayectorias posibles. Ante tal evidencia, uno no puede dejar de preguntarse, con asombro y agradecimiento (por eso la sección conclusiva lleva por título Solo el asombro conoce), cómo es posible que estemos vivos aquí y ahora.