Ayer jueves 20 de marzo tuvo lugar en la Facultad de Derecho, en el Aula polivalente 1, a las 18.30 h, un encuentro convocado por tres profesores de la A.C. Universitas, dos de ellos de la UCM (Mónica Fontana Abad, de la Facultad de Ciencias de la Educación, y Ana Llano Torres, de la Facultad de Derecho) y otro de la Universidad Politécnica de Madrid (Ramón Rodríguez Pons, de la Escuela de Minas y Energía), y Ediciones Encuentro, a propósito de la reciente publicación en español del libro de Alexéi Navalni «No tengo miedo. No lo tengáis vosotros» (Ediciones Encuentro, Madrid 2025).
En el aniversario de su muerte, quisimos organizar un coloquio con colaboradores del político ruso que se encuentran ahora en Madrid y acabamos de conocer. Se trata de Alexander Shurshev (diputado municipal, antiguo jefe de la sede de Navalni en San Petersburgo, actualmente periodista de investigación); Semen Kochkin (antiguo coordinador de la sede de Navalni en Chuvashia, actualmente propietario de un importante canal de la oposición en YouTube y de un medio de comunicación en Chuvashia, «Angry Chuvashia»); Boris Zolotarevsky (antiguo coordinador de la sede de Navalni en Chelyabinsk y jefe de la campaña electoral de Ivan Zhdanov, director de la Fundación Anticorrupción (FBK), en 2019); Anton Mikhalchuk (antiguo voluntario de la sede de Navalni en Tyumen y antiguo coordinador de la sede cívica Rusia Abierta, movimiento de la oposición fundado por el conocido disidente Mijaíl Jodorkovski, que estaba estrechamente alineada con la sede de Navalni y a menudo trabajaba en las mismas campañas electorales); y Anastasia Burakova (abogada, activista de derechos humanos, presidenta de la organización «Rusia Abierta» en 2019–2021, coordinadora del proyecto de apoyo a la competición política «Demócratas Unidos» en 2018-2021 y fundadora del Proyecto humanitario «Ark»). El coloquio fue posible gracias al excelente trabajo de traducción de María Iakovleva.
Tras una breve y precisa introducción de la profesora de Filosofía del Derecho Ana Llano Torres, comenzó el diálogo con ellos. Queríamos escuchar saber quién era Alexéi Navalni para ellos y por qué empezaron a trabajar con él. En unas circunstancias distintas a las actuales y ajenos por completo a lo que iba a pasar, vieron en él el amor a toda Rusia (“era un patriota, así tituló su autobiografía”), en su riqueza y pluralidad(“Rusia no es Moscú”), la pasión por la libertad y un modo de hacer política al servicio del pueblo, cercano y atento a sus necesidades (“la política no es lo que hace el Kremlin”). Un profesor les preguntó por su evolución política en relación con el nacionalismo y respondieron que no fue nacionalista ni siquiera en los comienzos, cuando ya creía en el liberalismo y en la necesidad de la democracia en Rusia. A fines del 2000 creció el nacionalismo. Putin llevaba ya diez años en el poder y sus opositores quisieron unirse para vencerle. Entonces el Navalni bloguero se convirtió en un políticoa raíz de las manifestaciones y protestas del pueblo ruso ante la manipulación de los resultados de las elecciones en 2011Una profesora les preguntó si pensaban que había valido la pena su sacrificio (el de su libertad exterior, el de su familia y el de su vida), a lo que no dudaron en responder que “no podía haber hecho otra cosa: amaba a Rusia, hizo lo que creía mejor para su pueblo, era su destino”. Alguien del público preguntó si el proyecto de Navalni seguía vivo, si veían ingenua su esperanza en una Rusia libre y feliz, qué estaban haciendo tras la muerte del líder de la oposición a Putin. Respondieron contando las múltiples iniciativas que había en marcha a pesar de la represión, tanto desde dentro, con cautela, como desde fuera de Rusia, que tratan de “sostener a ese 60 % contra la guerra y contra Putin” proporcionando información libre, coordinando iniciativas, creando canales de comunicación que escapen a la censura y al férreo control, dando voz a los que no la tienen en Rusia, etc. El mensaje de Alexéi Navalni fue claro: “si me matan, ¡seguid luchando!”. Y lo están haciendo en sus oficinas, aunque estén prohibidas, usando Youtube como principal fuente de información independiente en Rusia, y pidiendo a los países democráticos que luchen y colaboren con ellos, “porque el Kremlin está cerca y es represivo: tenemos una tarea común. Rusia no va a desaparecer. Debemos hacer algo juntos”. En ningún momento han dudado de que merece la pena seguir luchando por la paz, por la libertad y por la justicia. No en vano Navalni afirmó que “la fuerza radica en la verdad” y que “la idea política más importante que tenemos en Rusia actualmente es “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados” (p. 64). De hecho, otra persona del público les preguntó si compartían la lectura de la historia de la Rusia contemporánea que hacía Navalni, fuertemente crítico con la lógica del fin que justifica los medios que Yeltsin y los suyos (apoyados por él mismo) dejaron entrar ya en los años noventa y que, desde entonces, no ha dejado de crecer y envenenar todo lo que toca, y qué papel jugó su fe cristiana. En cuanto a lo primero, confesaron que no todos pensaban igual. Uno de ellos comparó lo que intentó hacer Yeltsin en Rusia con lo que está haciendo Trump en Estados Unidos: “no hace falta la democracia, las instituciones no son importantes, nos interesa sólo el dinero”. Sobre lo segundo, aparte de algunas anécdotas sobre su modo austero de vivir la Cuaresma, o su bautismo (la abuela lo bautizó, en contra de su padre, que era comunista), lo más impresionante fue que dos de ellos confesaron: “el caso es que su fe funcionaba: nosotros pasamos un mes en la cárcel y odiamos como nunca habíamos odiado; él, en cambio, pasó años en unas condiciones terriblemente duras e inhumanas, y no sucumbió, fue un hombre libre”.
Habríamos seguido preguntando y escuchando, pero llevábamos casi dos horas y hubo que cortar. Les agradecimos que nos recordaran la nobleza de la auténtica política, por la que merece la pena asumir riesgos y hacer sacrificios, ciertos de que este “seminario”, con más público del que esperábamos, ha sido sólo el comienzo de una amistad y de una posible colaboración. Nuestra responsabilidad, la de los países democráticos, la de los que pudimos compartir con ellos este encuentro, es identificar el mejor modo de apoyarles. Por ellos, por nosotros. Conocer a un hombre libre que no tiene miedo y adentrarse en sus razones nos hace a nosotros más libres.